domingo, 8 de septiembre de 2013

12 BARRANCO. ESPACIOS PÚBLICOS


Más allá del carácter histórico del lugar, existe una explicación política y económica que sustenta la aparición de estos los espacios públicos dentro del eje urbano. El primero de ellos, el propio Malecón barranquino, surge como parte de una estrategia inmobiliaria especulativa[1] que permitió ganar la vista al mar a terrenos situados en una segunda hilera, aumentando considerablemente su valor. Resulta importante recalcar que su inclusión dentro del paisaje urbano barranquino fue hecha en un lugar cargado de un fuerte significado precedente, como será explicado más adelante. Los otros espacios públicos se insertan en el escenario político del oncenio de Leguía, en donde la primacía de un poder político demarcador de los límites territoriales del uso urbano crea diversos espacios de uso público destinados a una burguesía acomodada.
“En el curso del oncenio, como nunca antes en la historia republicana de la ciudad, la escena oficial se había exhibido en público. Inauguraciones, festejos, efemérides patrióticas, desfiles: en todos esos eventos Lima sirvió de teatro para que Leguía representase su vistosa y espectacular visión del poder del Estado. Por otro lado, el crecimiento de la clase media y la bonanza de la alta burguesía produjeron una demanda incesante, continua, de entretenimientos. En más de un sentido, los años ‘20’ fueron la apoteosis de una belle époque local que se había preparado en las dos primeras décadas del siglo.” (Elmore, 1993).
El escenario social y político de la formación de estos espacios públicos, como explica Elmore, es determinante. La aparición de espacios públicos de reunión responde, en un caso a la adaptación de modelos de ocupación del espacio urbano propios de la migración del siglo XIX y del poder político de la ciudad, generadora de sus propios espacios de recreación, que diseñan un eje de frontalidad marítima en el Barranco.
Tal vez donde se pueda leer mejor el carácter de permanencia que queremos remarcar en estos espacios públicos sea en os ejes longitudinales del distrito: la avenida Bolognesi, la avenida San Martin y en el Malecón de los Ingleses, mientras que el carácter emblemático de la antigua bajada de pescadores se puede verificar mediante una hipótesis a la cual se accede reconociendo aquellos aspectos secundarios del estudio urbano, que por ser tales no son considerados de importancia en el estudio de la ciudad.

Los antiguos pescadores del pueblito de Surco establecieron la ruta directa de acceso al mar que permitiera realizar sus faenas pesqueras, esta ruta desembocaba en el pequeño pueblito del Barranco. Cuando el primer párroco llega a este pequeño pueblo del Barranco escucha la leyenda de la aparición de la Virgen. Cuenta esta leyenda que unos pescadores bajando hacia el mar vieron hacia el sur una luz que los deslumbró, acudieron al lugar y encontraron la imagen del Cristo crucificado sobre una roca. Dicho párroco, valiéndose de la leyenda de la aparición, mandó construir en el lugar donde se apareció la imagen, una Ermita y unas habitaciones de reposo.

La bajada desde donde los pescadores vieron la aparición se encuentra a un kilómetro al norte de la bajada de la Ermita –llamada esta última Bajada de los Baños– y al final de esta se encontraba una piedra enorme en forma de mesa que Juan de Arona describe en uno de sus relatos[2]. Esta enorme piedra no se encontraba allí por un derrumbe como sostiene de Arona, ya que el acantilado de la Costa Verde presenta una conformación geológica de cantos rodados muy pequeños y totalmente compactados. Esta roca que impresionó tanto a de Arona había sido puesta allí por los propios pescadores y era una suerte de altar en el cual los pescadores realizaban un ritual previo a la faena diaria, era la presencia física del dios que los guiaba en el rudo trabajo del mar. Al surgir la otra bajada –la de la Ermita– se hizo un intercambio entre la bajada pagana –la de los pescadores– y la bajada de la imagen –la única existente hoy– y se transformó el valor ritual de la primera por el desarrollo de una bajada respaldada por un ritual cristiano. Todo esto trajo obviamente su secuela, los terrenos aledaños a la gran Bajada de los Baños (de propiedad del cura) adquirieron un importante valor económico que significó importantes ingresos a las arcas de la iglesia y a su vez significó la permanencia de un espacio urbano que logro captar la esencia de aquella antigua bajadita de humildes pescadores.

Las raíces del origen del Malecón y los ejes longitudinales se engarzan profundamente en la memoria colectiva. Su permanencia se debe a condiciones urbanas precisadas en la composición del malecón como eje conectivo y de vista al mar como en las condiciones ideológicas que envuelven su origen.
La conformación de este malecón responde a la idea urbana del paseo público frente al mar. La presencia de los migrantes en Barranco determinó una nueva forma de ocupación del espacio. Primero un enfrentamiento del tejido hacia el borde del acantilado aprovechando la vista al mar y el uso de las bajadas; y una preeminencia del espacio público –como elemento de identificación– sobre el tejido edilicio.


Foto aérea de Barranco en 1964, donde se ve el eje Saenz Peña - Miraflores, 
además de otros ejes transversales al actual eje Metropolitano. 




[1] El surgimiento del Malecón de los Ingleses, o Bajada Mathinson se debió a la cesión del terreno al Concejo por parte de Juan Mathinson para la construcción de un malecón. (Beingolea, 1921)
[2] Nos parece importante consignar el relato que hace de Arona a su arribo al Malecón de los Ingleses: “En la calle de Junín, que sigue a la de Bregante y al despoblado, nos hallamos de improviso con una linda sorpresa. Hemos vuelto á entrar á poblado, y allí nos espera el Malecón de los Ingleses. Este paseo no es un paralelogramo como el de Chorrillos, sino un pequeño cuadrado, cortado con tal gusto y elegancia, y tan bien arqueada su blanca balaustrada, que parece una de esas altas terrazas o azoteas, que en ciertas poblaciones de Europa dominan una vasta extensión del mar o de campiña. Lo adornan algunos ficus. Aquí el barranco no se presenta en precipicio vertiginoso al pie de la baranda, como el de Chorrillos, sino que se abre ampliamente á los lados á la manera de una granada. Tampoco ofrece á la vista una superficie inmunda, negruzca, mas basura que tierra, surcada por las impávidas lagartijas, dejando flotar á trechos algunas viejas totoras o eneas enterradas allí con las generaciones, sino sus limpias paredes de conglomerado o aluvión, esto es, de tierra vegetal apretada con millones de piedrecitas. El fondo de esta ancha quebrada va angostando progresivamente y formando la garganta del barranco, marcada por la verde línea de la vegetación agreste, cañas silvestres que se divisan desde arriba, agitando sus penachos. Entre la sinuosa línea de esa especie de Thalweg, no tardan en descubrirse con sorpresa algunos tramos de elegantes escaleritas de madera interpolados a trechos con largos descansos o mesetas entabladas. Los pasamanos son de viejos fragmentos del cable atlántico, del modo que van a concluir sus días enmohecidos los rieles de los ferrocarriles, sirviendo de tranqueras y cercas en la heredades, y los cañones militares de guardacantones en las esquinas urbanas.
Al deslizar la mano por esos pasamanos se estremece uno, creyendo sentir vibrar todavía entre sus dedos el pensamiento de dos mundos. A medida que se llega al fondo, se tupe y espesa la vegetación, aumenta el murmullo de los arroyuelos formados por las filtraciones, y se agigantan las trepidaciones de los arietes, que escondidos en cuartos de madera, recuerdan con sus golpes de martillo la escena de los batanes en Don Quijote. Frente al último descanso, cierran la vista y el sendero aéreo, que corre por allí como las galerías de algunas gargantas de los Alpes, una enorme puerta de madera de dos hojas, cruzadas por un largo cerrojo. Al recorrerlo nos hallamos con el último tramo de escalera, que cae á la pedregosa playa y da vista repentina al soberbio océano. Con seguridad que en todo esto ha andado la mano británica, purita y sola. Yo no reconozco en tales rasgos la edilidad de mis Mulicipillos. Si la pintoresca bajadita ha sido construida para servicio del cable o de los arietes que espelen con vigorosa coz hacia arriba el agua por medio de una cañería de fierro como de dos pulgadas de luz, suspendida sobre tijerales, o para uso de bañantes excéntricos, lo ignoro. En la playa desierta no hay ningún rancho (cuarto) que acredite esto último, pero una inmensa roca plana como una mesa, puesta allí sin duda por algún derrumbamiento, proyecta piadosamente su estrecha base, una especie de alar de techo que podría servir para desnudarse y vestirse. Al rededor del Maleconcito de los Ingleses hay agrupados algunos lindos ranchos, propiedad y residencia de ingleses y alemanes, salvo alguno que otro criollo, inglés de agua dulce, que suele colarse allí como el grajo entre los pavos, para practicar el idioma y para descansar de la gente del péis! Coincidencia curiosa! un paseo muy análogo en Niza, residencia invernal de los europeos, se llama también el camino de los ingleses. La colonia inglesa lo construyó en 1824. El Malecón de los Ingleses fue construido en 1891 sobre terreno cedido por escritura pública por D. Juan Mattinson; importó la obra más o menos dos mil soles que fueron proporcionados por los propietarios del lugar. Los arietes, que son dos, abastecen de agua á los ranchos del Maleconcito, elevándola cada uno de ellos a razón de 1,400 galones en 24 horas. La calle Junín que venimos describiendo, desemboca en la plazoleta de Alfonso Ugarte, de la que se sale en dirección al pueblo por la calle de Sucre.” (Paz Soldán y Unanue, 1894).

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