Más
allá del carácter histórico del lugar, existe una explicación política y
económica que sustenta la aparición de estos los espacios públicos dentro del
eje urbano. El primero de ellos, el propio Malecón barranquino, surge como
parte de una estrategia inmobiliaria especulativa[1] que
permitió ganar la vista al mar a terrenos situados en una segunda hilera,
aumentando considerablemente su valor. Resulta importante recalcar que su
inclusión dentro del paisaje urbano barranquino fue hecha en un lugar cargado
de un fuerte significado precedente, como será explicado más adelante. Los
otros espacios públicos se insertan en el escenario político del oncenio de
Leguía, en donde la primacía de un poder político demarcador de los límites
territoriales del uso urbano crea diversos espacios de uso público destinados a
una burguesía acomodada.
“En el curso del oncenio, como nunca antes en la historia republicana de
la ciudad, la escena oficial se había exhibido en público. Inauguraciones,
festejos, efemérides patrióticas, desfiles: en todos esos eventos Lima sirvió
de teatro para que Leguía representase su vistosa y espectacular visión del
poder del Estado. Por otro lado, el crecimiento de la clase media y la bonanza
de la alta burguesía produjeron una demanda incesante, continua, de
entretenimientos. En más de un sentido, los años ‘20’ fueron la apoteosis de
una belle époque local que se había preparado en las dos primeras décadas del
siglo.” (Elmore, 1993).
El
escenario social y político de la formación de estos espacios públicos, como
explica Elmore, es determinante. La aparición de espacios públicos de reunión
responde, en un caso a la adaptación de modelos de ocupación del espacio urbano
propios de la migración del siglo XIX y del poder político de la ciudad,
generadora de sus propios espacios de recreación, que diseñan un eje de
frontalidad marítima en el Barranco.
Tal
vez donde se pueda leer mejor el carácter de permanencia que queremos remarcar
en estos espacios públicos sea en os ejes longitudinales del distrito: la
avenida Bolognesi, la avenida San Martin y en el Malecón de los Ingleses,
mientras que el carácter emblemático de la antigua bajada de pescadores se
puede verificar mediante una hipótesis a la cual se accede reconociendo
aquellos aspectos secundarios del estudio urbano, que por ser tales no son
considerados de importancia en el estudio de la ciudad.
Los
antiguos pescadores del pueblito de Surco establecieron la ruta directa de
acceso al mar que permitiera realizar sus faenas pesqueras, esta ruta
desembocaba en el pequeño pueblito del Barranco. Cuando el primer párroco llega
a este pequeño pueblo del Barranco escucha la leyenda de la aparición de la
Virgen. Cuenta esta leyenda que unos pescadores bajando hacia el mar vieron
hacia el sur una luz que los deslumbró, acudieron al lugar y encontraron la
imagen del Cristo crucificado sobre una roca. Dicho párroco, valiéndose de la
leyenda de la aparición, mandó construir en el lugar donde se apareció la
imagen, una Ermita y unas habitaciones de reposo.
La
bajada desde donde los pescadores vieron la aparición se encuentra a un
kilómetro al norte de la bajada de la Ermita –llamada esta última Bajada de los
Baños– y al final de esta se encontraba una piedra enorme en forma de mesa que
Juan de Arona describe en uno de sus relatos[2].
Esta enorme piedra no se encontraba allí por un derrumbe como sostiene de
Arona, ya que el acantilado de la Costa Verde presenta una conformación
geológica de cantos rodados muy pequeños y totalmente compactados. Esta roca
que impresionó tanto a de Arona había sido puesta allí por los propios
pescadores y era una suerte de altar en el cual los pescadores realizaban un
ritual previo a la faena diaria, era la presencia física del dios que los
guiaba en el rudo trabajo del mar. Al surgir la otra bajada –la de la Ermita–
se hizo un intercambio entre la bajada pagana –la de los pescadores– y la
bajada de la imagen –la única existente hoy– y se transformó el valor ritual de
la primera por el desarrollo de una bajada respaldada por un ritual cristiano.
Todo esto trajo obviamente su secuela, los terrenos aledaños a la gran Bajada
de los Baños (de propiedad del cura) adquirieron un importante valor económico
que significó importantes ingresos a las arcas de la iglesia y a su vez
significó la permanencia de un espacio urbano que logro captar la esencia de
aquella antigua bajadita de humildes pescadores.
Las
raíces del origen del Malecón y los ejes longitudinales se engarzan
profundamente en la memoria colectiva. Su permanencia se debe a condiciones
urbanas precisadas en la composición del malecón como eje conectivo y de vista
al mar como en las condiciones ideológicas que envuelven su origen.
La conformación
de este malecón responde a la idea urbana del paseo público frente al mar. La
presencia de los migrantes en Barranco determinó una nueva forma de ocupación
del espacio. Primero un enfrentamiento del tejido hacia el borde del acantilado
aprovechando la vista al mar y el uso de las bajadas; y una preeminencia del
espacio público –como elemento de identificación– sobre el tejido edilicio.
Foto aérea de Barranco en 1964, donde se ve el eje Saenz Peña - Miraflores,
además de otros ejes transversales al actual eje Metropolitano.
[1] El surgimiento del Malecón de los Ingleses, o Bajada Mathinson se debió
a la cesión del terreno al Concejo por parte de Juan Mathinson para la
construcción de un malecón. (Beingolea, 1921)
[2] Nos parece importante consignar el relato que hace de Arona a su arribo
al Malecón de los Ingleses: “En la calle
de Junín, que sigue a la de Bregante y al despoblado, nos hallamos de improviso
con una linda sorpresa. Hemos vuelto á entrar á poblado, y allí nos espera el
Malecón de los Ingleses. Este paseo no es un paralelogramo como el de
Chorrillos, sino un pequeño cuadrado, cortado con tal gusto y elegancia, y tan
bien arqueada su blanca balaustrada, que parece una de esas altas terrazas o
azoteas, que en ciertas poblaciones de Europa dominan una vasta extensión del
mar o de campiña. Lo adornan algunos ficus. Aquí el barranco no se presenta en
precipicio vertiginoso al pie de la baranda, como el de Chorrillos, sino que se
abre ampliamente á los lados á la manera de una granada. Tampoco ofrece á la
vista una superficie inmunda, negruzca, mas basura que tierra, surcada por las
impávidas lagartijas, dejando flotar á trechos algunas viejas totoras o eneas
enterradas allí con las generaciones, sino sus limpias paredes de conglomerado
o aluvión, esto es, de tierra vegetal apretada con millones de piedrecitas. El
fondo de esta ancha quebrada va angostando progresivamente y formando la
garganta del barranco, marcada por la verde línea de la vegetación agreste,
cañas silvestres que se divisan desde arriba, agitando sus penachos. Entre la
sinuosa línea de esa especie de Thalweg, no tardan en descubrirse con sorpresa
algunos tramos de elegantes escaleritas de madera interpolados a trechos con
largos descansos o mesetas entabladas. Los pasamanos son de viejos fragmentos
del cable atlántico, del modo que van a concluir sus días enmohecidos los
rieles de los ferrocarriles, sirviendo de tranqueras y cercas en la heredades,
y los cañones militares de guardacantones en las esquinas urbanas.
Al deslizar la mano por esos pasamanos se estremece uno, creyendo sentir
vibrar todavía entre sus dedos el pensamiento de dos mundos. A medida que se
llega al fondo, se tupe y espesa la vegetación, aumenta el murmullo de los
arroyuelos formados por las filtraciones, y se agigantan las trepidaciones de
los arietes, que escondidos en cuartos de madera, recuerdan con sus golpes de
martillo la escena de los batanes en Don Quijote. Frente al último descanso,
cierran la vista y el sendero aéreo, que corre por allí como las galerías de
algunas gargantas de los Alpes, una enorme puerta de madera de dos hojas,
cruzadas por un largo cerrojo. Al recorrerlo nos hallamos con el último tramo
de escalera, que cae á la pedregosa playa y da vista repentina al soberbio
océano. Con seguridad que en todo esto ha andado la mano británica, purita y
sola. Yo no reconozco en tales rasgos la edilidad de mis Mulicipillos. Si la
pintoresca bajadita ha sido construida para servicio del cable o de los arietes
que espelen con vigorosa coz hacia arriba el agua por medio de una cañería de
fierro como de dos pulgadas de luz,
suspendida sobre tijerales, o para uso de bañantes excéntricos, lo ignoro. En
la playa desierta no hay ningún rancho (cuarto) que acredite esto último, pero
una inmensa roca plana como una mesa, puesta allí sin duda por algún derrumbamiento, proyecta
piadosamente su estrecha base, una especie de alar de techo que podría servir
para desnudarse y vestirse. Al rededor del Maleconcito de los Ingleses hay
agrupados algunos lindos ranchos, propiedad y residencia de ingleses y
alemanes, salvo alguno que otro criollo, inglés de agua dulce, que suele
colarse allí como el grajo entre los pavos, para practicar el idioma y para
descansar de la gente del péis! Coincidencia curiosa! un paseo muy análogo en
Niza, residencia invernal de los europeos, se llama también el camino de los
ingleses. La colonia inglesa lo construyó en 1824. El Malecón de los Ingleses
fue construido en 1891 sobre terreno cedido por escritura pública por D. Juan
Mattinson; importó la obra más o menos dos mil soles que fueron proporcionados
por los propietarios del lugar. Los arietes, que son dos, abastecen de agua á
los ranchos del Maleconcito, elevándola cada uno de ellos a razón de 1,400
galones en 24 horas. La calle Junín que venimos describiendo, desemboca en la
plazoleta de Alfonso Ugarte, de la que se sale en dirección al pueblo por la
calle de Sucre.” (Paz Soldán
y Unanue, 1894).
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