La
estructura de la ciudad puede ser entendida a través de sus partes
conformantes, fenómenos que se van conectando a lo largo del tiempo, son
comparables a través de sus elementos permanentes, muestran una naturaleza
singular y generan el desarrollo de la ciudad. La ciudad no se nos presenta
como un campo homogéneo y unitario sino que va definiendo, en un proceso
vinculado al factor temporal, diversos sectores o partes de la misma que
presentan características similares y que componen un tejido urbano. A pesar de
esta caracterización de partes conformantes de la ciudad, el fenómeno urbano de
nuestros tiempos distorsiona las relaciones que se dan entre estas partes
guiándolas a través de un proceso de continuidad homogénea que genera una
ciudad marginal. Al respecto el profesor Fernández Alba señala como
características de este proceso urbano las consecuencias de una
indiferenciación citadina: generadora del crecimiento de la ciudad por medio de
paquetes espaciales inconexos que generan la anticiudad marginal. Las razones
económicas de la lotización (existencia de infraestructuras, alta rentabilidad,
proximidad al centro, mercado del suelo) y las características de esta conexión
(concentración de viviendas, masificación de la gestión, autonomía de las
dimensiones arquitectónicas) procesan una pretendida ciudad análoga[1].
Es en
este debate de la ciudad contemporánea: entre la definición del territorio
análogo y la conformación a través de partes conexas, en donde la urbanística
plantea estructuras de reconocimiento de la formación de las ciudades para
poder esquematizar algunos conceptos que
nos ayuden a definir áreas de intervención urbana que se sumen a la estructura mayor de la
ciudad y caracterizar las partes o fragmentos de ciudad que muestren una
definición de la dimensión arquitectónica a través de su participación en un
área territorial definida.
Esta conexión
de partes, portadoras de condiciones particulares y de conformación del hecho
urbano se nos presenta como una manera de entender la ciudad orgánicamente.
Esta experiencia del reconocimiento de la ciudad es también tema de reflexión
de la teoría urbanística contemporánea. Ludovico Quaroni nos propone poder
entender el fenómeno de partes de la ciudad como un todo vinculado a la idea de
organismo:
“Si la ciudad ha de ser un
organismo, tiene que ser una estructura, es decir: ‘no una simple combinación de
elementos, sino un todo formado por fenómenos solidarios, de forma que cada uno
dependa de los otros y no pueda ser lo que es sino en virtud de su relación, y
en su relación con aquellos’, es decir, de modo más sintético: ‘una entidad
autónoma de dependencias internas’”
Este
rol conectivo, de autonomía interna, que pretendemos definir en Barranco y sus
vías está vinculado a toda la estructura urbana que presenta Barranco como
organismo total que manifiesta carácter unitario. El reconocimiento de una estructura
profunda de los hechos urbanos que vincule los diversos fragmentos nos permite
operar en el decantamiento de la particularidad de una porción de la ciudad.
Coexisten intervenciones simultáneas en la ciudad, área de estudio o barrios
con cualidades específicas diferentes y grados de autonomía de tal manera que
esta –la ciudad– no puede ser reducida a una sola idea base, sino que se
articula a través de la relación binaria entre la tipología edilicia y la
morfología urbana.
El
estudio de la relación que se da entre la forma de la ciudad (morfología
urbana) y la estructura subyacente de organización es el primer factor que
define la singularidad de nuestra zona de estudio.
Observando
el plano evolutivo de Barranco podemos hacer evidente este fenómeno de sucesión
de partes organizadas. Existen zonas o áreas de estudio (consignadas en las
referidas investigaciones de la bibliografía) que generan el surgimiento de un
sector preciso de Barranco y que son reconocibles a través de las
características del área de estudio, como son: la definición de la morfología
social del barrio, es decir, de su conformación física y unidad estructural
como cadena de hechos sucesivos que transforman el hecho urbano, una función
definida, afín con la morfología y un contenido social homogéneo portador de
los valores sociales propios del fragmento urbano. Estas partes que conforman
Barranco surgen también como modelo social que aspira en primer lugar, a cubrir
las necesidades del instante en que fueron producidas y en segundo lugar, lo
cual es más importante, a transformar un modo de vida.
Plano de Barranco en 1902
[1] En el prólogo a la edición de “El significado de las ciudades”
(Aymonino, 1981).
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